Fue un tiempo pequeño. Sería invierno y sería domingo. Un velo de sol atraviesa el cristal de una habitación de mi niñez. Mi abuelo, el que tocaba el bandoneón, el de los ojos grises, me sienta sobre sus rodillas; mi pelo gotea frío y la toalla con la que me envuelve el pelo negro parece un bizcocho noble que se lleva la lluvia que me había entrado. Con sus dedos hace pentagramas de terciopelo por los que desliza mi cabellos y sobre los que echa un aire finito y tibio. Me está secando el pelo nada más. El ritual va lento, siento como ese sol vago hace, a su pesar, su tarea sobre mis pocos años y aclara mi pelo interminable. Ya está! Como un limpiaparabrisas sin control me sacudo la cabeza mientras me muero de risa y más le hago reir a él.
Vuelvo a mover mi cabeza como una batidora y me río tanto que el abuelo tiene que sostenerme con sus manos de flecos para que no me caiga. La varilla de sol se afina más sobre nosotros y me doy cuenta que lo quiero.
domingo, 22 de junio de 2014
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7 comentarios:
Qué bello, el modo en que lo contás.
Veo la escena, me emociono.
Me voy de aquí feliz y con la gran sonrisa que tu texto me ha instalado.
Gracias!!
marina gracias!
Quien diria que aquellos diez minutos de mi infancia, aparentemente tan intrascendentes, iban a resurgir de este modo tantos anios despues...
Años que nos pasan diferentes. Estoy más lento, más moroso, menos amoroso, cansado. Como podés corroborar paseo cada vez menos. Y llevo más cosas -infinitamente- en mis recuerdos que sobre los hombros.
Pero no todos somos iguales. Vos seguis siendo fresca e inteligente
JM
Hoy es mi primera manana en la ciudad!
infinitamente
¿estas por aqui?
Si
¿Cómo le va Mary Poppins...? ¿Se acuerda de mí? Mire, ahora, se nota que nadie escribe en los blogs, por lo menos eso veo y los demás comparten..,
pero mejor no le cuento nada y le deseo felicidad.
Hermoso su recuerdo.
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