lunes, 28 de julio de 2008

sueñitos II


Soy mujer de vestidos.
Un día mientras dormía salí a pasear por mi bosque con ese vestido largo, fresco, medio raído y con flores grandes abajo y me senté en un árbol poniendo lo blanco sobre lo verde, el silencio sobre las hojas, y en mi regazo a él que se acomodó con un traje porteño mientras algo le leía yo.

viernes, 18 de julio de 2008

jueves in the afternoon


Cruzo Cabildo y Juramento son las 19 pm, me matan, me matan pienso mientras dos colectivos muy grandes giran desde Juramento hacia mí lateral y literalmente y me paran su estructura metálica y gigantesca a la altura de mi codo izquierdo y sobre el taco de una bota recién traída del zapatero. "Era el cambrillón" diagnostica él. Sobrevivo. Estoy por la mitad de la avenida ahora. Antes de llegar observo como el muñequito verdoso, asexuado y plácido del semáforo me invita a confiar necesariamente de su mano hasta mi destino final: los próximos 20 mtrs. Miro hacia arriba confiada en mi nuevo amigo. Sobre Juramento cuelga la propaganda de un deportista gritando desencajado la furia misma de la ciudad. No sé qué deporte juega ni que promociona, pero parece famoso. Me acuerdo de mi papá al instante. Hace dos semanas me maté en el medio de la noche bajando las escaleras del lugar que habito temporalmente. El viejo me dijo: “eso te pasa por andar distraída, siempre vas mirando para arriba”
Uyyyyy mi nuevo amigo cambia, ahora empieza a titilar y nuevamente arriesgo la vida y el cambrillón de mi bota recién sacada del zapatero de Soler. Ya no me gusta nada. Eso sólo fue lo que duró nuestra amistad. La inminencia de la muerte es inminente. Me mataaaaaaaan!
Bocinas, y más papá como si fuera eso lo que necesito ahora. El cambrillón da resultado, ahora sí que me acuerdo del zapatero de Soler.
LLego y abrazo al muñequito del semáforo dándole un beso por el servicio prestado.
Siempre hay alguien que nos guía un ratito en la vida. Uf!

viernes, 11 de julio de 2008

colectivos


El lleva el pelito atendido y moralmente aprobable, ella un gancho de plástico rojo sujetándole unos pelos lacios y largos. Y se miran, y se miran.
El se le mete sonriente por una bufanda tejida, en apariencia a mano y por abuela, hasta encontrar un poco de su piel. Ella le sonríe envuelta en lanas, y despega la cabeza de la ventanilla de un colectivo porteño. El sigue revolviéndole la misma lana en busca de más piel. Ella le sonríe y murmura "te quiero", mientras el broche se le va deslizando lentamente de sus pelos suaves. El tiene cara buena y la mirada de anteojos y de amor. Ella sonríe y se acomoda en el hombro de él. Ella también lleva anteojos pequeños.
No se quedan quietos.
El vuelve a atacar la bufandita de ella y ella se contorsiona apenas, mimosamente. El le sonríe, ella también. Se chocan los anteojos y la lana de ella está ahora más sobre el cuellito de la campera de tela jean de él. Los gestos son parejos, simultáneos y porteños.
El mira hacia adelante y suspira orgulloso ese amor que le da nombre y calorcito.
Ella recostada sobre su pecho vaquero siente ese amor que le da nombre y el mismo calorcito que siente él.

lunes, 7 de julio de 2008

bonsai


Ella se calza los anteojos húngaros y me habla por la noche del bonsai y del capricho japonés.
Qué casualidad! pienso. Hace unos días estuve en el Jardín Japonés mirando montones de bonsais.
Alrededor todo era agradable: la aguita que corría, el gesto geisheano de la japonesa del vivero, los gentiles y sonrientes peces Koi devoradores de mis 10 pesos en comida balanceada.
La estética de lo bello, toda preparada para mí. Por eso se paga entrada.

Al fondo de tanta delicada hermosura estaban ellos: los bonsais. No sé si me gustaban antes, ahora sé que no. Lo mejor es que sé porque.
La húngara me lo explicó el jueves pasado sin explicármelo que es del modo que mejor se aprende.
Los bonsais están adiestrados, los pobres, por el capricho de unas tijeras filosas y peligrosas que les van indicando por dónde crecer, para dónde girar, cuántas hojas mostrar, moldeando así la misma voluntad natural.

A mí me recortan muchas veces y me acomodan cual planta nipona. Está bien, no hay que quejarse tanto, después de todo algunos días es conveniente ser "bonsai".

Pero no debo engañarme tampoco.
Nací yuyo, yuyo criollo, sin vocación oriental.