martes, 17 de diciembre de 2013

Gare du L´Est

El tren a Lyon sale cada día a las once y diecisiete desde Gare de  L´Est, menos los domingos. Cerca del andén Cuatro, el primer aire del verano ya empieza a resultar algo pesado y el ruido de las maletas apuradas de los últimos pasajeros aumentan húmeda sensación de una estación que aseguran insoportable.
Sobre el panel de las boleterías del hall central, el gran reloj francés da las y cuarto; el ya despejado andén Cuatro se prepara para lanzar su tren hacia Lyon, mientras que el guarda acomoda su gorro estilo De Gaulle. En el interior del coche siete ya todo parece dispuesto para salir cuando, en el último minuto, una mujer regordeta, desaliñada y de cachetes colorados corre con sus piernas cortas y su pobre alma afuera para subirse desesperadamente al tren. Los gestos del guarda y su Allez Allez la estimulan en su fatigada labor. Por fin, destruida, logra montarse al vagón. Desencajada, mira nerviosamente entre los asientos del coche. Sonríe al 15C mientras avanza por el pasillo golpeando algunos sombrerillos de moda. En el 15C una mujer la mira molesta. Por el altavoz se escucha la salida del tren a Lyon. Ya un poco menos acalorada la mujer regordeta se acerca a la mejilla de la otra para besarla en tres oportunidades. La otra, a desgano, le ofrece apenas su cara delgada y arrugada. como de institutriz de cuento, mientras se vuelve rapidamente hacia la urbana Paris.

Las dos mujeres tienen la misma mirada, sólo en eso se parecen, pero la afinidad en ese brillo y en esa forma ocular es tan peculiar, que el resto de las asimetrías parecen disolverse para conjeturar, finalmente, un parentesco fraterno. De pronto, la delgada se vuelve hacia su compañera, con sus dedos flacos parece recriminarle su desarreglo, mientras la otra con los ojos obedientes se aplasta sus canas y se quita las pelusas de su blusón violeta. La mujer delgada  lleva un sencillo traje de lino negro carbón con una camisa hombre abotonada hasta el cuello, su bolso, a juego del color predominante, es pequeño y le sirve de apoyo a sus nerviosas manos. Vuelve hacia la otra con mayor insistencia y le enseña ahora su reloj de pulsera con enojo. La otra parece explicarse mientras revolea un poco su cabeza de lado a lado. La del 15C se reacomoda inquieta en su asiento. Parece tener más que decir. Resopla con el ceño fruncido para arremeter de nuevo, le levanta un poco la tela de la manga violeta como recrimando el color. La otra rinde su cabeza hacia atrás y cierra sus ojos. La del 15C imita finalmente el gesto. Se calman. El caballero del 15A hojea Le Monde y se entera de como va la guerra de Argelia por la independencia. De pronto, la regordeta se agacha un poco y de entre sus piernas abre un pequeño bolso marron y saca una caja de latón rojo que dice ¨mes filles¨ Se echa lentamente a llorar, la otra se asoma a la caja y la abren juntas. La del 15C relaja ahora su cuerpo sobre la gruesa como si fuera la crema cruda de un pudding normando, la otra suavemente la recibe y abraza. La del 15C saca de la lata varias cartas escritas en elegante cursiva y firmadas por maman. Lee y las lágrimas se le resbalan como un mar claro, la otra saca una medallita con un nombre grabado Therese y sonriendo se lo lleva al pecho, la delgada toma una cinta de seda rosa y la enrolla entre sus dedos flacos, la otra toma una estampita de comunión para Genevieve. Las dos están riendo y llorando desde esos mismos ojos mientras el tren atraviesa Dijon.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Elvira

La manzana chorrea su jugo dulce por el borde de esos labios mulatos que tanto amor han atrapado por dinero. Elvira, entonces, se seca el líquido con la muñeca a modo de escobazo, y tira el resto de la manzana mordida, mientras, sigilosamente, un coche se acerca.
El día que la negra, su madre, la parió llorando en la corrala frente al Malecón, se había anunciado la muerte del Che en la jungla bolivariana. No se supo muy bien por qué la negra tan joven murió a los pocos meses. Algunos dijeron que se había infestado de hombres, y otros que de la pena que se agarró por lo del Che. Lo cierto es que a la niña se la quedó Doña Elvira, una matrona gallega vecina de la corrala, que decidió anotarla con su nombre de persona buena, para ver si a la niña se le iba su destino de puta o la pena con la que había nacido.
Zigzagueando su trasero caribeño se acomoda, como chicle, la tela roja de la falda a sus carnes pulposas mientras, se acerca provocativamente al coche. 
Por años Doña Elvira se había propuesto, a base de unguentos y tirones alisadores, domarle ese pelo crespado a la niña, pero no hubo caso y terminó tirandocepillos y demás pastiches capilares y dejar que la Elvira luciera su crespa cubana al sol.
El hombre del coche baja la ventanilla y ella mete alegremente medio cuerpo dentro. El coche desaparece sin Elvira que vuelve acomodándose los pechos que jamás llego a usar. 

Desde hace ya un tiempo que rebajó unos pesos a sus honorarios morenos, pero aún así, todavía se la ve pasear altiva su destino de puta por el Malecón.