viernes, 14 de noviembre de 2008

ricordate di me


(Ellington & Coltrane "In a sentimental mood" -1962-)

Pasa el tiempo, los tiempos se me escapan siempre puntualmente.
El salía definitivamente hacia Roma aquella tarde. Sabíamos todo estaba acabado pero nos mentimos un tiempo más para disminuir el dolor, como hace la morfina con los desahuciados.

Esta vez se iba y ya.
Me negué a esa despedida a pesar de haberla prometido.
-"Te busco en Ezeiza"- le dije, sabiendo que no iría. No me arrepiento. Perdí siete besos. Me quedé con lo anterior.

Aún sé de él después de tanto tiempo. Los dos nos enamoramos y hasta nos casamos . El una más que yo.

Lloré aquel día mientras me distraía engañosamente con papeles laborales mirando de reojo el tiempo faltante de él para partir. Me lo imaginaba desilusionado y tambien mirando algún reloj entre el ruido.

Llamó minutos antes de embarcar: -"Ricordate di me"- susurró.
Y así fue aún hoy, aún después de tantas horas pasadas y dormidas ...


Así empezó el piacere di questo amore

martes, 11 de noviembre de 2008

tacos aguja



Cruza por la callecita empedrada con su tacos aguja y la cintura ceñida como corresponde a la femineidad.
A las 7 de la mañana hace frío en el invierno porteño de los años 60’s, después no lo hará tanto. Lleva hasta guantes al tono de los zapatos y con orgullo pasea una corona invisible que el "Club Social San Juan y Boedo" le ha puesto la primavera pasada.
Camina perfectamente. Erguida, derecha, con lo se supone para afuera y con esbelta coquetería.
Caminar no se aprende, ni se contagia, se hereda y a veces.
Sus taquitos aguja apuran por Retiro. Será desde aquél día una buena mujer.
Le dirá “.... hasta aquí hemos llegado” aunque pierda el salario.
Será lo que corresponde!
La pretende un tal Rodolfo Matienzo, del que todavía sonríen las hermanas después de cincuenta años como geishas avergonzadas detrás de un abanico y sin soltar palabra.
Cruza con sus taquitos por Retiro.
-Cómo lo tomará Don Matienzo-, se pregunta.

Matienzo seguramente habrá explorado las costuras de los trajecitos que ella lucía. Quién sabe hasta dónde le metió mano. El don era su jefe, casado, baboso, un tanto socarrón y sinverguenza con poder detrás de unas buenas faldas y de cualquier coima que engrosara su bolsillo.

Cruza apurada por el frío hasta el Edificio Libertad. Entra al gran hall, mira impaciente los números ascendentes de "Ascensores Otis", se reacomoda, vuelve a mirar los números, golpea al botón insistentemente, elige la escalera, repasa lo pensado, llega al cuarto piso jadeante, acomoda su pelo con una mano y con la otra sostiene el picaporte de la oficina del tal, respira hondo, y abre la puerta descubriendo a Matienzo con un tiro en la cabeza y a su mujer de rodillas apuntándole.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Calesita de Tatín



Me bajaba corriendo de un Peugeot 404 sin esperar a que mi papá estacionara siquiera. Salía como flecha hasta los brazos de Tatín cada sábado por la mañana.

Nací en Asamblea y Beauchef, pleno Parque Chacabuco. El parque en sí era el jardín de mi casa y Don Tatín el padrino que no tuve o no recuerdo.
Parecía la atracción más fantástica que existía. Dar vueltas en el carrousel de Tatín mientras él tramposamente me ofrecía la sortija en ventaja.

Eso era todo. Dar vueltas y vueltas sobre un caballito multicolor que subía y bajaba al compás de mis sueños con música de organito. Todo por quitarle la sortija a Tatín para otro giro más sin pagar y sin parar de sonreir.
Tendría 6 años y la vida era simple. Y siguió siéndolo por un buen rato más entre sus biombos policromados.

La calesita era mi vuelta al mundo, un viaje redondo de mandalas y espejos del que aún no me aprendí a bajar y del que me estiro todavía para mirar el mundo de mi parque.