viernes, 25 de julio de 2014

kioscando



Nunca fui de gustos caros .

domingo, 22 de junio de 2014

Feliciano

Fue un tiempo pequeño. Sería invierno y sería domingo. Un velo de sol atraviesa el cristal de una habitación de mi niñez. Mi abuelo, el que tocaba el bandoneón, el de los ojos grises, me sienta sobre sus rodillas; mi pelo gotea frío  y la toalla con la que me envuelve el pelo negro parece un bizcocho noble que se lleva la lluvia que me había entrado. Con sus dedos hace pentagramas de terciopelo por los que desliza mi cabellos y sobre los que echa un aire finito y tibio. Me está secando el pelo nada más. El ritual va lento, siento como ese sol vago hace, a su pesar, su tarea sobre mis pocos años y aclara mi pelo interminable. Ya está! Como un limpiaparabrisas sin control me sacudo la cabeza mientras me muero de risa y más le hago reir a él.
Vuelvo a mover mi cabeza como una batidora y me río tanto que el abuelo tiene que sostenerme con sus manos de flecos para que no me caiga. La varilla de sol se afina más sobre nosotros y me doy cuenta que lo quiero.

viernes, 6 de junio de 2014

De reojo


Estrategicamente, la ultramarina escultura de Manolo Valdés: “Dama Ibérica”.me mira de reojo cada vez que la bordeo. A partir de su guiño sé que ya estoy en la misma ciudad. Ella me da los buenos dias y es la última referencia ornamental urbana que veo antes de dormir. Es una escultura imponente pero no soberbia y, a pesar de su minimalismo figurativo, atractiva. La otra escultura que siempre llama mi atención por sus aires infantiloides es la Ripollés: “Homenaje al libro” . No sé si me gusta o no, aunque confieso que al menos ubicada en el centro de una clara área de esparcimiento guarda cierta sensatez. La otra escultura-fuente también tratando de convertirse en arquetipo de la ciudad es la delgadísima andrógena “Pantera Rosa” de Miquel Navarro. Y aquí sí que, indefectiblemente, me adentro en el tema de la identidad. Mi casa habla de quien soy.

La identidad urbana está dada por aquellos símbolos aprobados convencionalmente por un grupo respecto al lugar donde ese grupo se desarrolla y que determina que ese entorno de espacio sea reconocido como propio de ese lugar y no de algún otro. Es aquello que sus miembros tienen y han tenido en común desde hace tiempo, aquello que los identifica como pertenencientes a ese determinado lugar. Claro está, que este repertorio de códigos societarios es mutante, aunque en general, el proceso de cambio suele ser bien lento. Asimismo, dentro de una ciudad encontraremos pequeñas identidades barriales que tienen un tono, un sabor particular propio de ese micro sector urbano, como la identidad tan definida del Cabanyal o la de El Carmen.

Uno de los efectos de la globalizacion y del tan aséptico posmodernismo ha sido el borroneamiento de esta identidad urbana. Las fronteras desaperecen, los muros caen, la comunicación se inmediatiza, y aquellos límites, tan facilmente reconocibles hace treinta años -sushi sólo se comía en Japón- se diluyen dejándonos a algunos con la nostalgia de aquellos tiempos en los que se sabia muy bien en donde se estaba.

Tal vez por esta razón es que noto una revalorización de lo vintage, una estética nueva del diseño de lo viejo, una recategorización de los barrios mas viejos como la nueva y emergente bohemia urbana, una necesidad de aferrarse a aquel ADN último tronco posible en medio del vendaval. Aún así, este nuevo romaticismo del pasado no es más que una demostración volatil y pueril frente a tanta competencia viral, masiva e internateada.

Respecto a Valencia, la ciudad que me acoge desde hace pocos años, me pregunto a veces cuáles son sus significantes identitarios.

Lo primero en lo que pienso cuando pienso a Valencia es en su luz, en su condición de rebelde marítima y en la elocuencia de sus huertas. Después, sin duda, pongo la mirada en su arquitectura, a la que divido brutalmente en tres categorias: la antigua, la modernista y la futurista, representada ésta última en su gran mayoria por el conjunto de la Ciudad de las Arts de Calatrava que refleja, a mi modo de ver, la intención, un tanto impuesta, de aquello que más quisiera ocultar: un cierto complejo de inferioridad. Creo que, en general, los emplazamientos ultramodernos en las viejas ciudades, como La Defense en Paris o el complejo de las Arts de Valencia, necesitarán de muchísimas décadas, si es que algunas vez llegan a cuajar del todo, para convertirse en nuevos simbolos identitarios. Distinto el caso de Dubai o New York donde el skyscraper es en sí el mismo logo fundacional de estas urbes.

Es, para mí, su modernismo la manisfestación que más representa a esta ciudad y que mejor traduce, en una exuberante, profusa y hasta emocional expresión decorativa, la fuerte identidad del espíritu valenciano: la línea ondulante como su mar, la modulación formal, el elemento figurativo, lo orgánico reflejo de sus anchas huertas, la naturaleza, el color, la luz.

Rebusco en este hilo conductor de la identidad urbana y su reflejo en la ornamentación de la ciudad y las conclusiones se me hacen más borrosas, aunque creo que la lánguida pantera de Navarro bien podría encontrase en cualquier otra ciudad del mundo. Ahora, nuestra Dama Ibérica del Campanar sólo puede estar aquí para mirarme de reojo a la salidad de su ciudad.



miércoles, 16 de abril de 2014

El Miravent

De los años que llevo creciendo en esta playa he aprendido a mirar, por ejemplo, cuán lento crece la marga de mar. Sé, que la mas rosada se abre timidamente entre el 4 al 7 de marzo de cada año. Si ha llovido mucho tardará un día o dos más en sacudirse el resto acuoso que le pesa. Hay alguna que otra marga de color amarillento del otro lado del peñasco, y esa saldrá solita para la primera semana del mes de abril. Hay pocas flores por esta costa, la verdad.
De niña bajaba siempre hasta aquí y jugaba con la roca, ésta que sedienta de sales se adentra solitaria al mar, como quien juega con un gigante. Yo me peleaba como un aventurera con ella a quien llamaba “el Miravent”. Por la tarde mi sombra cortaba la playa en dos en una diagonal infinita en negro claro, que no llegaba ni al gris, y se convertía en monstruo de arena oscura que desafiaba al Miravent. Yo sólo conocía las patas de mi socio aventurero; a veces me escondía en su hueco irreverente y entre los dos luchábamos contra aquel ogro de arena oscura que se movía cada vez que lo hacía yo.
De lo que nunca me quité el miedo fue del sonido de ese viento que en invierno parece venir de la misma entraña del mar y que hora a hora va tallando a mi socio aventurero barriéndole los sobrantes de esa piedra brava y rojiza que lo envuelve. Ese viento grave, dueño de espumas y conocedor de mis pensamientos, se me aparece hasta cuando estoy lejos para contarme en qué ando yo.

Y aún, aún me queda el mar … 

jueves, 13 de marzo de 2014

tecleando


Así anda siempre mi Julia, escribiendo.
Y ya van 48 libros entre unas novelas cortas, cuentos y varios de poesía.
Qué más a la vida!


viernes, 7 de febrero de 2014

El cuervito


Después de la segunda aspirada de paco se quedaba ofrecido a la nada por un par de minutos bajo el mismo puente del bajo Pompeya. El cuervito remontaba el efecto rascándose con furia las piernas, sacudiendo las zapatillas en espasmos alocados y abriendo las pupilas de manera bestial. Me daba miedo hasta a mí que lo seguía siempre de lejos. Pronto se metía por algún callejón a esperar al primero que pasara para arrancarle lo que llevara encima, dejándole marcado su puño apretado de muerte y su mirada helada en la memoria. Cuando chicos, él pateaba la pelota como nadie y yo, yo siempre le gritaba que iba a jugar en la primera, sacándole a veces hasta una media sonrisa que se borraba en sangre cuando entraba su viejo borracho a la casilla. Mi mamá salía de noche al puerto, me daba cuenta lo que hacía. Nací sabiendo y lo que me faltó por saber me lo contó el cuervito. Enseguida nos hicimos amigos. Yo le guardaba parte de la comida que mamá dejaba a la noche para mí y él me cuidaba a trompadas del degenerado Ibañez que vivía tres casillas más allá. 

Había nacido para morir pronto. 

A veces, con el mismo fuego de la vela que usaba para prender el paco bajo el puente de Pompeya, se quemaba a mechones su pelo duro y nos daba risa, pero me apartaba luego con sus brazos de espaguetis para no verlo mientras se ponía con esa mierda.

… Y le decíamos el cuervito porque era de San Lorenzo.

lunes, 20 de enero de 2014

Dentro



No se imaginaba que iba a abrirle la puerta aquella mañana.
Subió las escaleras de la entrada mirándola, cerró la puerta sin girarse y comenzó a besarla lleno de humedad.
Avanzó con ella pegada a sí hasta la primera pared a mano, le subió los brazos, se los retuvo, y le pegó la carne para que notara lo que sus palabras hacían con él.
Afuera llovía.

viernes, 10 de enero de 2014

nostalgia andaluza




Ha ce ya un tiempo que no paseo por su hermoso Barrio de Santa Cruz o por Triana ...