París.
"Las ciudades del mundo son agua mineral, nena. París, París es champagne" me dijo un día mi viejo.
La conozco bien. Ella a mí también.
Parece ayer cuando Phillipe levantó mi valija por primera vez en Saint Paul mientras yo le esperaba apoyada sobre la pared de un salón coiffer y sobre 10 cm de tacos recién llegada de Buenos Aires. Al irse me dejó unas mantas, una botella de vino envuelta en Le Monde y un cucurucho de castañas horneadas. Sabía que todo era perfecto.
Caminaba los días enteros, atosigaba mis sensaciones con aire galo, y me rendía ante todo. La vida era para lo que valía la pena ser vivida: reir, mirar fijo, mirar, respirar hondo, ser vulnerable, dejarse llevar, y sonreirle a la libertad. Nada más.
Apasionadísimos besos sobre el Sena duraron lo que duró la travesia en el bateau desde l'alma. Hacía frío, mucho pero no tanto.
Ahora subo por la rue Pavee para meterme en "Culture",
livres en papier, pasan las horas, pago, cruzo al latino y rebusco la tan bien escondida
Shakespeare & Cia. para ver si aún vive George Whitman a quien saludo cada vez que puedo en el altillo. Sí, que alegría. Apura el frío, llego al Pantheón estudio el péndulo de Foucault. Debería haberme dado cuenta que los libros pesan una eternidad, y que jamás serán leídos. Me estiro por La Ille Saint Louis donde Astor vivió durante muchos años en un pisito de alquiler. Bajo al
Pont de la Tournelle y suena su "Dúo de amor", me emociono. La placita Fustemberg guarda sólo uno o dos bancos. Allí discuten Simone y Jean Paul. Sé, se llevan mal. Qué novedad! Los dos son muy inteligentes, pésima combinación para el amor. Apuro por la Bonaparte hasta el Institute de Francia y cruzo el hermoso Pont des Arts hasta el Cour Carre. Abro un paraguas mientras debajo el río tiembla soledad. De reojo, como se miran las añoranzas, miro Vert Galant donde una vez me senté a ser feliz.
Vuelvo.
Vuelve París a mí.