martes, 29 de enero de 2008

Vaivenes


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Sabía que lo encontraba en ese bar, como siempre, alrededor de las seis.
Disimulaba el antojo de verlo con artilugios que sólo las mujeres conocemos. Ni siquiera sabía muy bien a que se debía tanta y tan precipitada emoción visual.
Se preparaba por horas, se atragantaba las posibles preguntas, y hasta practicaba la casualidad.

Al rato aparecia él, como siempre, buscando arrogantemente la mesa de la ventana, que parecía haber comprado cinco meses atrás, cuando empezó a tomarse el café ahí, y en donde diariamente apoyaba una agenda vacía.

Ella sabía apuntar la mirada y la dirección de la silla programando con astucia su femenina “mise-en-scene”.

El un cortado, ella una tónica y seis mesas de por medio.

Todo lo ensayado por ella se diluía hasta el día siguiente a la misma hora. Apenas lo miraba. Se maldecía por eso. Sabía las reglas de la conquista de memoria, pero al llegar el momento descomponía en timidez. Pagaba la tónica que jamás bebía y abría las puertas vaivén del café hasta otro día más.

El azar…

El, soñaba cada noche con la muchacha del bar, había timidamente memorizado sus ojos y sus hombros plateados. Conocía de la ternura que cada día le enamoraba más de ella. Le inquietaban las tardes antes del encuentro y que lo mantenían vivo sólo hasta las seis.
El sabía que la encontraría como cada día a la misma hora en la misma mesa donde estratéjicamente apuntaba la vision, los sentidos, y el ritual mientras seis mesas desafortunadas los separaban. Se peleaba con él mismo por no avanzar hacia ella, por no acercarse o sonreirle. Sólo cuando desaparecía la muchacha por las puertas vaivén del bar, él despertaba del letargo de este amor ineficiente que le poseía.

Un día de noviembre ella no soportó más su propia impotencia y prefirió la desaparición.

El siguió yendo por 26 tardes más.
Nunca se supieron.

El azar … desconfiado vaivén de las tardes.

martes, 22 de enero de 2008

El pequeño mundo de mi coche

Cada día me subo a un coche verde botella, con una altura apropiada para mis tacones y mis faldas, y con música incorporada. Entre los discos que me ofrece están ultimamente, Ligia Piro, Diana Krall, Dolina, Bill Evans, Juan Esteban Cuacci quinteto, y Astor.
Generalmente salgo de mi casa con la toalla enrroscada al cuerpo, así que en el auto me visto, me termino de arreglar el pelo, me voy tomando un café en termo, me maquillo mientras manejo, arreglo el almuerzo casi diario con mi amiga Pat, verifico que los amigos del alma hayan despertado, y llamo a Antonio para encargarle la verdura y la fruta que depositará en el portal de mi casa alrededor de las 2 de la tarde.
Doblamos, mi coche y yo, por la Calle del Mar, pasamos 17 pinos marítimos, y monumentales casas que nos hacen saber el nivel económico de sus dueños. Redondeamos la rotonda de Virgen del Mar, y finalmente le pegamos derecho por avenida de la Marina o de las Delicias (creo que un tramo se llama así), parando recién en un semáforo que avisa la llegada al centro de mi hermoso pueblo.
El boulevard de la Marina está sembrado de todo tipo de plantas (no sé nada de biología ni me interesa, pero agradezco a las campañas electorales que tan dedicadamente se esfuerzan a cada término electoral de decorarme las mañanas).
Bordeamos unos restauranes orientales de muy mal gusto, una óptica con miles de gafas catalanas expuestas en el escaparate desde siempre, una casa de restauración de cuadros, varios bancos, 47 cafes, y la tienda de colchones mientras que el móbil suena con interrupciones domésticas.
Estos días Ligia nos está cantando “Around Midnight” y no dejamos de evitar la tristeza. Me repaso el tapaojeras y el brillito de labios. En esos 10 min. cierro citas y hasta puedo hacerme la pedicuría. Podría perfectamente pensarse que es peligroso mi forma de conducir. No lo considero así!
La primera parte del día queda acabada gracias a la desinteresada cooperación de mi auto.
Es un coche honesto y poco rebelde, fiel como un perro Labrador, y de poco mantenimiento.
Otro momento de intimidad que tenemos es cada tres meses cuando le intento dar un baño. Eso sí que no le gusta nada. No lo culpo. Yo para no dejarlo solito en ese momento de agresividad acuática, arrojo tres monedas de un euro y me lanzo a toda carrera a meterme en el coche antes que esos cepillos malintencionados y de colores africanos se lancen al ataque de la limpieza de mi amigo arrojándole productos sin consideración alguna. Se queja. Finalmente enormes secadores de chapa, le quitan las últimas gotas. El tema del aspirado interno es otra cuestión. Esas enemas de aire medias rotas que le paso por el tapizado nunca llegan a estirarse lo suficiente hacia el otro lado.
Refunfuñando arranca pero luego desvanece su enfado.
A veces el mar atrae a mi coche verde hasta lo que aquí se llama la Punta Candor y nos quedamos los dos mirando el mar en silencio.

Nos llevamos bien. Me conoce como nadie. Sabe cuando voy cabreada y en eso, cual equino bien domado, me acompaña en el mal humor con abruptas maniobras. Si estoy triste parece que se le bajaran un poco el nivel de las gomas, y cuando voy feliz, solito baja automáticamente las ventanillas delanteras para que el mundo entero me escuche cantar.

Lo que todavía no sé es dónde está lo que llaman ‘goma de auxilio’.

jueves, 10 de enero de 2008

Misinterpretation

“Wh… is hot, daddy?”

“There are many definitions to explain that concept. A physicist would describe temperature as the measure of the average kinetic energy of molecules. Hot would describe molecules with a high kinetic energy.
Another concept is that “hot” is a specific taste that combines very spicy ingredients and in some ways feels like your mouth is burning.
Slang also uses that term to describe an attractive person.”

“Oh, daddy, I didn’t mean what is hot? I know that, I just wanted to know why this is so hot. But, don’t worry it is cold already.”

miércoles, 2 de enero de 2008

Historias de Cenizas

Hace dos años le pedí, después de una tarde nostálgica a Mr. Poppins, que si muero antes que él, distribuya las cenizas de mi querido cuerpo de la siguiente manera:
1- Un poquito en Bariloche.
2- Otro poquito en París.
3- Otro tanto en California.
4- Otro puñadito en Venecia.
5- El resto y mayor parte en Buenos Aires.

Mr. Poppins no podía creer mi pretensión post–mortem, hombre práctico como es. Me aseguró que el costo final de encargo sería mayor al del entierro de cualquier monarca europeo. A pesar de eso Mr. Poppins cuenta con valiosa cantidad de millas acumuladas que ayudaría al coste total de tal cumplimiento. De todos modos detesta volar. Creo que prefiere morir antes que yo con tal de evitar tantos desplazamientos aéreos.

Yo lo haría encantada. Viajar sigue siendo el mejor de mis pasatiempos.